Ginneken. Jacques
     [971](1877-1944)

 
   
 

   Jesuita e intelectual, Fundador de las Mujeres de Betania en 1919. Nació en 1877 en Oudenbosch, Brabante. Su educación fue selecta por el desahogo que tenía su familia.
    En 1895 ingresó en la Compañía de Jesús en el Noviciado de Nimega. Si­guieron años de estudio en diversas localidades y se especializó en Lingüísti­ca. Se ordenó sacerdote en 1910. Ya para entonces sobresalía como experto en Lenguas clásicas y germánicas.
     En 1918 comenzó a trabajar con los seglares, especialmente con las muje­res, en la tarea de la reevangelización de Holanda y del mundo. Diseño las "Mujeres de Betania", con una misión ya no sólo de caridad y como ayudantes del sacerdote, sino propia y comprometida en la Igle­sia. Cuando estaba a punto de nacer esta obra, fallece la joven de Leiden que iba a ser su primera ani­madora. Le prometió al morir enviar desde el cielo cinco sustitutas, lo que cumplió en el plazo de pocos meses.
     En 1919 un pequeño grupo de Mujeres de Betania inició su andadura en Bloe­mendaal, cerca de Haarlem. El 8 de Diciembre del mismo año el Obispo de Haarlem, Mns. A. J. Callier, aprobó los Estatutos. Su labor se orientó hacia activida­des extraescolares para niños de barrios obreros descristianizados; más tarde se dirigió también hacia los jóvenes y adultos y organizó catecumenados y centros ecuménicos.
     Poco des­pués Van Ginneken fundó otro grupo, las "Mujeres de Nazareth", llamadas más tarde "Núcleo del Movi­miento Grial", con la misión inicial de atender en su ulterior formación profe­sional y a los niños bautizados a través de "Betania". Se transformaron pronto en movimiento de obre­ras para cris­tianizar los ambientes de trabajo. Tam­bién fundó los "Cruzados de San Juan".
     En 1920 las mujeres de Betania abrían su primer centro propio, la "Casa de Reinilda", en un barrio de La Haya. En 1922 redactó la Regla primitiva de la "Sociedad de Muje­res de Betania".
    En 1923, al fundarse en Nimega la primera Universidad católica de Holanda, se le encargó a Van Ginneken la cátedra de Sánscrito, Filología Indogermánica y Literatura Holandesa, sobresaliendo por su competencia. Sus Superiores le ordenaron que dejara la dirección de las "Mujeres de Betania" y se dedicara a la Universidad. Acató la orden, no sin sentirlo, y se limitó en adelante a seguir de lejos el desarrollo de la comunidad.
   Otras casas se fueron abriendo desde 1924 en Rotterdam y Amsterdam respec­tivamente. Intentó suavizar las tensiones que surgieron en la comunidad entre las más contemplativas y las que preferían actividad más catequística. Al ser recono­cidas en 1928 por la Santa Sede como religiosas de vida contemplativa, el grupo de activas quedó marginado, pero pronto se rehizo la comunidad.
   En 1940 se fundó un centro intercon­fesional, el "Zonnehuis", en Bil­tho­ven, una de las grandes inquietudes del fun­dador en favor del ecumenismo.
  


 
 
 

 

 

   

 

 

Van Ginneken falleció el 20 de Octubre de 1945 en Nimega. Su obra siguió cre­ciendo. A partir de 1948 se estableció en Viena, luego en Roma, en Montreal (Ca­nadá), en Boston (USA), en Madrid.
   Sus escritos fueron numerosos en el terreno científico que cultivó como cate­drático. Su "Manual del Catecumenado", de 1923, tal vez es la mejor expresión de su pensamiento, centrado en la importan­cia del seglar, y en especial de la mujer, en la sociedad y en la Iglesia moderna.
    Se esta­ban derrumbando los esquemas burgueses. Se producía una progresiva y alarmante descristianización. Su mente clarividente se sintió empujada a desarrollar hermosas intuiciones, que habrían de señalar nuevos hitos en la Iglesia del siglo XX: catecumenados de adultos, relaciones ecuménicas abiertas, armonía entre la ciencia y el trabajo apostólico, pluralismo espiritual en la vivencia cristia­na, etc.
   Jacques van Ginneken supo situarse en su mundo y en su tiempo. Aportó un mensaje de serenidad y de creatividad, que hoy nos llena de admiración y de veneración para su egregia figura. Lo hizo jugando con la más estricta neutralidad y serenidad, propias de un intelectual de altura. Y supo introducir en sus escritos ráfagas de mística admirables por su originalidad y que sólo podían salir de un corazón entusiasmado con la figura de Jesús.
    En la Iglesia cambiante del siglo XX, buscó con ilusión el mundo de la juven­tud para proyectarla hacia un maña­na más comprometedor y cautivador. Alentó con palabra de fuego la mirada orientada a Dios y cubierta de rayos de esperanza en el porvenir. Supo dar a los demás la  paz, la ilusión, la esperanza.